-Siento haberte despertado -me disculpé-. Quizá te suene raro pero, a decir verdad, sólo quería asegurarme de que estuvieses viva.
Pude sentir cómo ella sonreía plácidamente al otro lado del teléfono.
-Gracias por preocuparte por mí -dijo-. Pero tranquilo. Estoy viva. Y para poder continuar viviendo me mateo trabajando y, ahora, estoy que me caigo de sueño. ¿Vale? ¿Te has quedado tarnquilo?
-Sí -respondí.
-Oye -me dijo ella en tono confidencial-. Vivir es muy duro, ¿no te parece?
-Y que lo digas -admití.
Tenía razón. Vivir es muy duro.
-¿Te apetece que vayamos ahora a comer algo? -le pregunté.
-Lo siento, pero ahora no me apetece comer. Lo único que uiero es dormir a pierna suelta sin pensar en nada.
-Tampoco yo tengo hambre -dije-. Sólo quería hablar contigo. Es que hay varias cosas que quiero decirte.
Se produjo un corto silencio al otro lado del auricular. Ella se mordía los labios y tenía el dedo meñique poesado en el extremo de la ceja. Podía sentirlo.
-Luego, ¿vale? -dijo remarcando cada palabra-. Ahora déjame dormir. Sólo un rato. Y cuando me levante, seguro que todo irá bien. Cuando me despierte te llamo, ¿de acuerdo?
-De acuerdo -dije-. Buenas noches.
-Buenas noches.
Ella dudó unos instantes
-¿Es urgente lo que tienes que decirme?
-No -respondí-. No corre ninguna prisa. Puedo esperar.
Sí, porque me sobra el tiermpo. Diez mil años, veinte mil años. Puedo esperar tanto tiempo como sea necesario.
Sauce ciego, mujer dormida - Haruki Murakami.
Exposición
Hace 1 año